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Plutarco Elías Calles y la Guerra Cristera en México

  • Foto del escritor: Jesús Arroyo Cruz
    Jesús Arroyo Cruz
  • 30 may
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 1 día

Plutarco Elías Calles, más que un político, fue un arquitecto de poder cuyo mandato marcó el inicio de una guerra civil de tintes religiosos: la Guerra Cristera. En su afán de consolidar un Estado fuerte y laico, Calles llevó las tensiones con la Iglesia Católica a su clímax. Todos los detalles de esta época pueden leerse en el libro Los padres de la guerra cristera, de José Antonio Martínez Álvarez, que arroja luz sobre la complejidad de un conflicto que aún interpela la conciencia mexicana.


El rostro de un Estado moderno y autoritario

Plutarco Elías Calles no surgió como un enemigo de la fe, sino como un producto de su tiempo: un reformista convencido de que la Iglesia era un lastre para la soberanía nacional. La Ley Calles, promulgada en 1926, fue su herramienta para imponer una disciplina política que subordinara la religión al mandato estatal.


En Los padres de la guerra cristera deja en claro que la lucha de Calles no era solo contra la Iglesia, sino contra todo un modelo de conciencia colectiva que, para él, anclaba a México en el pasado. Así, la Guerra Cristera se convirtió en un escenario donde la imposición política se enfrentó a la espiritualidad popular.


El espíritu de la Ley Calles

La Ley Calles no fue una mera legislación administrativa. Fue un manifiesto ideológico para despojar a la Iglesia de su poder y desmontar el universo simbólico que la hacía intocable en las conciencias rurales.


El registro de sacerdotes, la secularización de la enseñanza y la limitación de cultos fueron solo la superficie de un conflicto más hondo. El autor resalta cómo estas medidas destaparon el miedo ancestral del pueblo a perder sus raíces espirituales, mientras que para Calles significaban la emancipación definitiva del Estado mexicano frente a las jerarquías eclesiásticas.


¿Por qué Calles desató la Guerra Cristera?

Para Calles, la Iglesia no era solo un adversario doctrinal. Era una amenaza política. En su imaginario, la fe popular se oponía al proyecto liberal y modernizador de la Revolución Mexicana.


Así, la Guerra Cristera se desató como la respuesta desesperada de quienes veían en la cruz un refugio frente a la imposición secular, dado paso de la palabra al fusil. La jerarquía eclesiástica, que primero buscó el entendimiento, acabó respaldando a los cristeros, mientras que las comunidades campesinas se convirtieron en santuarios de resistencia. La guerra no fue solo de balas, fue de símbolos y convicciones, de un pueblo que se negó a ver su fe reducida a un registro burocrático.


El surgimiento del movimiento cristero

La Liga Nacional para la Defensa de las Libertades Religiosas canalizó el descontento popular. Muchos campesinos, pequeños propietarios y obreros vieron en el levantamiento armado una defensa de su fe y de sus comunidades. Así nació el movimiento cristero, cuya consigna –“¡Viva Cristo Rey!”– se convirtió en símbolo de resistencia.


La Guerra Cristera no fue solo un conflicto militar. Como subraya Martínez Álvarez, fue también un choque cultural y espiritual. Las comunidades cristeras practicaban la oración clandestina, organizaban redes de abastecimiento y veían la lucha como un sacrificio religioso. El heroísmo y la mística de estos combatientes contrastaban con la dureza de las fuerzas federales, decididas a exterminarlos.


La represión callista: guerra total y Maximato

Calles no solo impulsó las leyes que encendieron la guerra: también dirigió la respuesta represiva. Bajo su gobierno, se ordenaron fusilamientos sumarios, deportaciones y la quema de templos. El Estado mexicano desplegó toda su maquinaria militar para sofocar la rebelión, en una guerra que dejó más de 90,000 muertos.


La figura de Calles se consolidó como la del caudillo autoritario. Aunque terminó su mandato en 1928, siguió gobernando en la sombra a través del Maximato, imponiendo presidentes interinos como Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio. La represión no se limitó a los cristeros, se extendió a cualquier disidencia que cuestionara la supremacía del Estado.


El costo humano y espiritual de la Guerra Cristera

La violencia de la Guerra Cristera destruyó comunidades y sembró un resentimiento que tardaría generaciones en sanar. Familias enteras quedaron marcadas por la pérdida y el miedo. Muchos sacerdotes murieron mártires, oficiando misas en secreto hasta el final. Otros fueron exiliados o se refugiaron en la clandestinidad.


Sin embargo, la fe no murió. Para muchos, la persecución reforzó su sentido de comunidad y de dignidad espiritual. El pueblo católico encontró en la oración, la música sacra y los pequeños santuarios clandestinos la fuerza para resistir.


La Guerra Cristera fue un parteaguas en la cultura mexicana. Aunque el Estado salió victorioso, la fe popular encontró en la represión un motivo para fortalecerse. Los mártires cristeros pasaron a ser leyenda y sus gestas, un canto a la dignidad espiritual frente al autoritarismo político. Plutarco Elías Calles, por su parte, quedó inscrito en la historia como el líder que desafió el corazón religioso de México.


La voz crítica de José Antonio Martínez Álvarez

El tono reflexivo de Los padres de la guerra cristera ofrece un contrapeso a las narrativas oficiales. Lejos de idealizar a los bandos, el autor desnuda las motivaciones y miedos que empujaron a ambos lados a la violencia. Destaca la necesidad de repensar la Guerra Cristera no como un simple episodio, sino como un espejo de la relación conflictiva entre el poder y la fe.


Si deseas documentarte y tener distintos ángulos de este conflicto religioso, te invitamos a leer nuestro artículo: Libros sobre la Guerra Cristera que revelan lo que no te enseñaron en la escuela.


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Las lecciones de la Historia

El legado de Plutarco Elías Calles sigue siendo motivo de debate y reflexión, su política religiosa no solo buscó modernizar al país, sino someter la conciencia de millones. La Guerra Cristera fue la respuesta de un pueblo que, al borde de la desesperación, encontró en la fe un baluarte contra la imposición política.


Más que un simple capítulo, este conflicto revela la tensión eterna entre el poder terrenal y el anhelo espiritual que, aún hoy, sigue resonando en la conciencia nacional.





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